Jamás lo tuve de fondo de pantalla. Jamás lo elijo en la Play, ni lo compro. Nunca lo coleccioné en figuritas. No tengo ninguna camiseta de él, ni creo que la vaya a tener. Sólo tengo una foto con su firma que me regalaron en el año 2009, cuando todavía no era ni un décimo de lo que es hoy. Por si no queda claro, no es mi héroe, tampoco mi referente, ni mi jugador preferido.
Me gustan los botines blancos y los pases en profundidad. Andrea Pirlo, Toni Kross, Steven Gerrard, Xabi Alonso, Andrés Iniesta, Francesco Totti, Ariel Ortega, Juan Román Riquelme. Ese es mi paladar, lo que me gusta del fútbol, de su esencia. Muy personal, claro, nadie dijo que no.
Messi no me representa a mí bajo ningún sentido, salvo en un aspecto. El jugador humilde pasó a ser el colorinche lleno de tatuajes. De no hablar en la cancha, a enfrentar árbitros, rivales, e incluso hinchadas. Digamos, si me baso en mis gustos, prefería a su original versión, la auténtica, la vieja. Pero antes de inclinarme por una, tal vez habría que entender por qué cambió.
Siempre fui crítico de su carrera, constructivamente, señalando sus grandes momentos y sus peores. No hay persona racional en el mundo que pueda decir que no es el mejor del mundo. Con altos y bajos, hace cosas que jamás a otro se le pueden ocurrir. Es capaz de gambetear rivales parando la pelota de pecho, un fuera de serie.
Aún así siempre se tuvo que escuchar que no tiene actitud, que no puede ser capitán. Quienes lo digan tendrán sus fundamentos. Y desde ese momento llegaron los tatuajes, avalados por Neymar, la barba (que lo obligó a romper contrato con Gillette), las imágenes pecheando rivales y más. Justamente todo esto ocurre con la celeste y blanca, como su último tatuaje, que deja su mágica zurda casi completamente negra. Parece un acto de rebeldía, un «acá estoy yo», no soy más el nene tímido que sólo juega a la pelota, como si fuera poco.
De todas sus declaraciones, en 10 años de carrera, la que más me gustó fue una que sentenció en su propio museo, rodeado de trofeos y camisetas históricas. «No todo es huevos, hay que jugar bien al fútbol», decía rodeado de bronca porque los argentinos, casi en su totalidad, no valoramos haber llegado a tres finales seguidas. Somos triunfalistas, claro, para qué negarlo.
Reflexionando y repasando todos estos años monopolizados, casi de forma unánime, por el FC Barcelona, la Selección de España y la de Alemania, jamás escuché decir que esos equipos pusieran huevos. Copas del Mundo, Eurocopas, Champions League, Mundial de Clubes, Ligas, y mucho más. Todos ganaron porque tienen una identidad futbolística, no huevos o garra.
Es más, salvo Mascherano o Piqué, es raro encontrar un jugador del Barça trabando la pelota y yendo a vida o muerte. Entonces, ¿por qué cuando el Barcelona pierde nadie dice que perdió porque no puso huevos, porque caminó la cancha? El foco es distinto, la autocrítica es distinta. Quien no reconoce los errores, no avanza. Quien no sabe lo que hace, no tiene camino. Y eso le pasa a Argentina, no sabe a dónde va, no sabe si avanza, o va para atrás. Todo es improvisado, incluso Messi, alguien que tiene su vida guionada día a día desde que tiene 12 años.
El goleador de la Premier League, el goleador de la Serie A, el mayor asistidor de la Ligue 1, un multicampeón con el Barcelona, el único jugador del City que resiste previo a los millones árabes, y así se puede seguir por días. No hay un jugador que esté citado que digas, racionalmente, «no lo quiero en mi equipo». Son todos los mejores. O si no son los mejores, están ahí. No nos creemos más que nadie, porque en todos lados los valoran, menos acá.
Hoy en día, fuera del Mundial, único evento que nos une como argentinos, lamentablemente para muchos, llegan las reflexiones del porqué salen mal las cosas. Y claro, le echamos la culpa a Messi porque no hizo un gol, pero en el Barcelona tiene 7 goles en 8 tiros en la Champions League. Y eso que estaba Neymar en cancha, pero con otra camiseta, e incluso la rompió. Nos bailó por todos lados. El mismo que habían tachado su nombre hace un par de meses por el de una jugadora (sin desmerecer a Marta).
Una idea, un sistema, un juego. Dejar de improvisar, en todo aspecto. 38+38=75, competencias de prensa con los patrocinadores de Brasil, redes sociales que ni siquiera saben usar un hashtag. Los invito a buscar algo que se haga bien en el fútbol argentino. Les juro que es difícil, y no por negativo, pero ya nos superaron en muchos lugares, incluso en América. Ya no somos los mejores, ni lo vamos a ser sin seguimos así.
Cuando lo veo en fotos tirado en el piso solo, con la cabeza agachada, veo al verdadero Messi. Al que creo yo que piensa «¿Qué mierda hago acá?». Yo lo he puteado, lo he criticado. Creía que tenía mis fundamentos. Pero la gente cambia. No por eso sos un panqueque, sino todos nos casaríamos con la primer pareja.
Messi es la primera víctima de Argentina, y de su selección también. A pesar que renunció en caliente, y muchos pensamos que el capitán no puede abandonar el barco cuando se hunde, fue el único que dio la cara. Ni Mascherano, ni Higuaín, ni Biglia, ni nadie. Él absorbió la culpa de 23 jugadores, cuerpo técnico, jugadores que no fueron citados, y toda una federación que va de papelón en papelón.
¿Así pretendemos que juegue acá como en el Barcelona? No sólo se trata de encontrar alguien que le devuelva una pared, o lo habilite para que quede de cara al gol. Se trata de acompañarlo siempre. Es un ser especial. Tímido, salvo cuando tiene la pelota en los pies. Ahí siempre es el primero que la pide. Todo su ser está centrado ahí, en la pelota, y ni en eso lo cuidamos.
Después del baile, que sacamos barato, con Brasil, sólo se pueden rescatar dos cosas, dos frases. Una de él, otra de Dani Alves. «Necesitamos estar todos juntos» dijo, el mismo que al minuto 89 se puso a gambetear cinco brasileños y no encontraba a quien darle la pelota. La otra frase, de su ex compañero me parece brillante, y complementa perfectamente la otra: «Solo nadie es feliz». Ni en el fútbol, ni en la vida. Y quien mejor para decirlo que alguien que lo asistió durante años a enriquecer su enorme palmarés.
Messi y todo Argentina necesita tirar para el mismo lado. Formar una idea, señalar errores, criticar, pero empujando para adelante. Salir a decirle «pecho frío» no te hace mejor a vos, ni peor a él. Sólo vas a conseguir que una parte de él se pierda. Es decir, una parte del fútbol se pierde.
Es fácil salir a escribir cuando se pierde, y más llenarnos la boca cuando se gana. Lo difícil, creo yo, es sacar lo bueno después de perder 3-0 con el rival de toda tu vida. Pidamos menos actitud, y más juego, que estos muchachos tienen mucho para dar. Vamos todos unidos, vamos no nos quedemos. La opinión de una hincha que no tiene de ídolo al Messi futbolista, pero sí a su persona.